Víctor Llano
Castro conoce bien a sus enemigos. En alguno de ellos reconoce el valor que a él le falta. Jamás permitirá que Biscet salga vivo de la cárcel.
A pesar de que desde hace más de dos años las víctimas del castrismo no reciben de las instituciones españolas nada que no responda al más infame de los desprecios, el exilio cubano insiste en que la Madre Patria le reconozca su condición de víctima y su valor para enfrentarse a la barbarie. Los cubanos que lograron escapar de la Isla de los cien mil presos quieren que se premie a Óscar Elías Biscet con el Príncipe de Asturias de la Concordia. Pocos lo merecen tanto como el más valiente de los presos cubanos, torturado hasta el extremo en prisión por denunciar que en la Isla de las doscientas cárceles no se respetan los derechos humanos.
Si bien es cierto que los premios que en otoño se entregan en Oviedo atienden más que a la justicia a la notoriedad que cada año convenga o no al heredero de la Corona Española, a nadie más que a Don Felipe le podría beneficiar que Biscet fuera reconocido con un Príncipe de Asturias. Podría así compensar mínimamente las muchas sonrisas y abrazos que dispensó a su verdugo. No por gusto disfruta de su título. Nadie le obligó a aceptarlo. Ya va siendo hora de que le haga honor. No puede olvidar que la tiranía castrista destrozó la vida de cientos de miles de asturianos.Castro conoce bien a sus enemigos. En alguno de ellos reconoce el valor que a él le falta. Jamás permitirá que Biscet salga vivo de la cárcel. Lo que no impide que por una vez los españoles reconozcan el heroísmo de quien representa la más cierta esperanza de la disidencia cubana. A pesar de que Zapatero –sólo él, el coma-andante y su mochila saben por qué– prefiere llevarse bien con los carceleros castristas, quizás alguien con dos dedos de frente y un átomo de honradez, pueda valorar la posibilidad de que aunque no pueda acudir a la cita, Don Felipe y Doña Letizia inviten a cenar a Óscar Elías Biscet. Ya cenaron en casa de un amigo de su verdugo. ¿Qué les impide invitar a cenar a una de sus muchas víctimas?
Castro conoce bien a sus enemigos. En alguno de ellos reconoce el valor que a él le falta. Jamás permitirá que Biscet salga vivo de la cárcel.
A pesar de que desde hace más de dos años las víctimas del castrismo no reciben de las instituciones españolas nada que no responda al más infame de los desprecios, el exilio cubano insiste en que la Madre Patria le reconozca su condición de víctima y su valor para enfrentarse a la barbarie. Los cubanos que lograron escapar de la Isla de los cien mil presos quieren que se premie a Óscar Elías Biscet con el Príncipe de Asturias de la Concordia. Pocos lo merecen tanto como el más valiente de los presos cubanos, torturado hasta el extremo en prisión por denunciar que en la Isla de las doscientas cárceles no se respetan los derechos humanos.
Si bien es cierto que los premios que en otoño se entregan en Oviedo atienden más que a la justicia a la notoriedad que cada año convenga o no al heredero de la Corona Española, a nadie más que a Don Felipe le podría beneficiar que Biscet fuera reconocido con un Príncipe de Asturias. Podría así compensar mínimamente las muchas sonrisas y abrazos que dispensó a su verdugo. No por gusto disfruta de su título. Nadie le obligó a aceptarlo. Ya va siendo hora de que le haga honor. No puede olvidar que la tiranía castrista destrozó la vida de cientos de miles de asturianos.Castro conoce bien a sus enemigos. En alguno de ellos reconoce el valor que a él le falta. Jamás permitirá que Biscet salga vivo de la cárcel. Lo que no impide que por una vez los españoles reconozcan el heroísmo de quien representa la más cierta esperanza de la disidencia cubana. A pesar de que Zapatero –sólo él, el coma-andante y su mochila saben por qué– prefiere llevarse bien con los carceleros castristas, quizás alguien con dos dedos de frente y un átomo de honradez, pueda valorar la posibilidad de que aunque no pueda acudir a la cita, Don Felipe y Doña Letizia inviten a cenar a Óscar Elías Biscet. Ya cenaron en casa de un amigo de su verdugo. ¿Qué les impide invitar a cenar a una de sus muchas víctimas?